Las callejas
encaladas
reverberaban la
luz
que el día derrochaba,
apenas amanecer
cae el sol
reventando
las cerradas
celosías,
desde la última
calle
un tajo cae al
valle
sobre un hilo de
río.
Por las calles
vacías
no suenan las
risas
ingenua de los
niños.
Se elevan en el
aire
de la tierra candente
vaharadas de
fuego,
días
incandescentes,
horas de siesta y
juegos
ayudan a ir
pasando
los largos meses
de estío.
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